viernes, 2 de marzo de 2012

El protocolo

De todo lo acontecido en los últimos días lo que más me ha llamado la atención no han sido las protestas de los chicos de instituto por los recortes en la enseñanza pública, ni el asunto Urdangarín, ni el triunfo de mi pariente, paisana y amiga Carmen Agredano en la gala de los Goya, sino los golpes en la mesa del jefe de policía de Valencia mientras presumía chulescamente de no descubrir sus armas al presunto enemigo que, en plural y en abstracto, vamos a llamar Ciudadano, así con mayúsculas, considerado con el respeto debido a la palabra, a su continente y a su contenido. 



Lo del jefe de policía, en principio, oído en diferido, me pareció, con todo, menos chulesco y peligroso que las palabras del ministro de Justicia en defensa de la violencia institucional cuando el enemigo ciudadano o el ciudadano enemigo que ellos ven, amenaza, según Gallardón, su libertad, la de usted, la de todos nosotros, incluida la del señor ministro de Justicia. En el sentido en el que lo expresaba el descendiente de Isaac Albéniz (músico incomparable) el ciudadano enemigo o el enemigo ciudadano debería abstenerse de cualquier tipo de protesta callejera, justificada o no, pues la calle, espacio de convivencia común, sería de todos siempre que no sirviera de escenario de protesta colectiva, en cuyo caso la calle ya no sería de nadie. 
Y eso suena a fascismo. 
Y eso, oyendo las palabras de Gallardón, me sonó a siniestra melodía de los tiempos en los que la calle de todos era la calle de nadie, salvo de los ministros de Gobernación de antaño, de los gobernadores civiles de antaño y de la policía predemocrática del antaño predemocrático. 



Y eso, me dio miedo. Eso y las afirmaciones acá y acullá de políticos del gobierno aludiendo, selectivamente, a la presencia, entre los chicos de instituto, de miembros antisistema, elementos del kale borroka, cojosmantecas de antaño y, lo más curioso, rubalcabas de la oposición socialista que hasta hace poco y sin ningún escándalo habían ejercido la responsabilidad de la seguridad ciudadana. 
Todo vino a decir que para cierta gente de cierta ideología siempre estará justificada la violencia institucional cuando ellos gobiernan y la calle creen que les pertenece porque ellos son los que mandan y a callar todo el mundo sin rechistar o te doy con la porra y un chulo con el cargo de jefe de policía pega golpecitos amenazadores sobre la mesa mientras llama enemigos a unos chicos de instituto que protestan por no tener calefacción en las aulas. 

Una escena memorable que podría corresponder a la visión de la historia de todos los fantasmas habidos y por haber en este país y que están convencidos de la existencia del protocolo de los sabios de Sión. 
Lo que para el dictador que surgió de la guerra incivil fuera llamado (y siguen llamando sus herederos sociológicos) contubernio judeo-masónico. Contubernio del protocolo patrio de meter en un mismo saco a todos aquéllos que no piensen como los que creen en la existencia del protocolo y que son muchos más de los que todos pensamos. Ni modernidad, ni leches. 
En el fondo de sus ideas políticas estos señores que ahora gobiernan son unos anticuados, siguen viendo fantasmas como los de los sabios del protocolo de Sión en cualquier manifestación de desacuerdo expresada en la calle o en una charla privada que se salga del guión de las conductas pasivas ante sus actos de gobierno. 
He vivido dos gobernanzas de la derecha bajo mayoría absoluta y se parecen como una gota de agua a otra, aunque hayan cambiado las circunstancias. Lo que las diferencia es que el desgaste de gobierno, que suele acontecer a los dos años más o menos, haya comenzado tan pronto. Los que no son sus votantes naturales comienzan a decir "a mí no me mires, que yo no los voté" ante lo que ya está ocurriendo y ante lo que se avecina. 
Cuando aparezcan ante los ojos de los gobernantes los fantasmas de los sabios del protocolo de Sión.