miércoles, 22 de febrero de 2012

Guiñoles


Hubo tiempo en la televisión en el que unos guiñoles de cierto canal privado daban en abierto las noticias con sentido del humor, un sentido de uso bastante restringido en estos tiempos. Aquellos muñecos de goma estaban tan visualmente acreditados que parecían los personajes verdaderos a los que imitaban. 
Ahora, no sé si por la crisis, estamos más predispuestos a enfadarnos que a aceptar con sentido del humor tanto la vida real como la virtual. Y aunque es sabido que entre los franceses y nosotros siempre hubo más que pirineos de simpatías mutuas, nuestro patriotero personal se ha puesto de uñas por mor de unos guiñoles de la televisión francesa insinuando que nuestros envidiados deportistas de élite se dopan. 
Yo no diré que lleven razón los franchutes, sólo que no tenemos una ley antidopaje que sea lo suficientemente rigurosa para evitar tantas suspicacias y recelos fuera de nuestras fronteras. 
Por otra parte, la foto del Rey con Nadal diciéndole que los guiñoles son tontos me parece de muy poco aprecio y demasiado infantil. 
Viviendo, como vivimos, en tantas realidades paralelas, la afirmación de Su Majestad es tan simple como la reacción de su hermana, la infanta Pilar, ordenando callar a todo un país con relación al caso prejuzgado de su sobrino político, Iñaki Undargarín. No prejuzgues y no serás prejuzgado, vino a decir la infanta mandando callar, como su hermano, con soberbia borbónica. 
Esa reacción, después de las declaraciones de la portavoz del poder judicial de que no todos los imputados son iguales, refiriéndose al mismo caso judicial del yerno del Rey, levantan ronchas en nuestra democrática piel de súbditos guiñoles avasallados por tantos poderes virtuales y reales. 
Porque guiñoles somos, arrastrados por las circunstancias de una de las crisis económicas programadas por el sistema cuya realidad virtual nos inculca la fe de carbonero en el capitalismo, dios verdadero de dios verdadero, consustancial a las democracias de las necesidades y a las plurales tiranías del dinero. 

Momento histórico este que vivimos en el que somos más guiñoles que nunca, habiendo perdido parte de nuestros derechos sociales por una cuestión política llamada reforma laboral que nos deja pendientes del hilo de la vida, guardando el equilibrio entre el derecho al trabajo y el deber de la esclavitud, expuestos a las necesidades del capital como ejército de la reserva que somos para aumentar las plusvalías de quien te contrate y puede despedirte arbitrariamente con el salario en cuarto menguante y el miedo en cuarto creciente ante la disyuntiva de una frase : "Ahí tienes la puerta". 
La puerta del despido, que no aumentará (y eso lo sabe hasta Rajoy) la creación de empleo sino la bajada de pantalones de los parados que, en poco tiempo, han comenzado a creer que eso que les dijeron de la lucha de clases es una verdad muy anticuada y siempre nueva a la luz de la razón de la Historia. 
De repente, la clase media baja y la ahora resucitada clase obrera no pueden evitar enmiedecer cuando ven a Rajoy fumarse un puro como si se fumara a España en medio del crepúsculo de las ideologías, libro de Gonzalo Fernández de la Mora con el que Rajoy fue adoctrinado. 
Alguien, taimadamente, ha sacado a la luz en el facebook la prueba del adoctrinamiento con un artículo de nuestro presidente publicado en El Faro de Vigo en 1984. No es que sea cogerle en un renuncio sino en una afirmación en toda regla. Don Mariano está haciendo los deberes históricos como un alumno aplicado de Doña Merkel siguiendo la doctrina crepuscular de Don Gonzalo, un insípido tecnócrata franquista que matizaba la libertad irrestricta del individuo.

En plena contrarreforma estamos y en la España azul de Rajoy los guiñoles ya no están en los telediarios humorísticos en abierto como los que emitía Canal Plus sino en la economía del miedo de unos tiempos que los han convertido en sujetos pacientes de unas políticas feudales. 

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