
Ahora, no sé si por la crisis, estamos
más predispuestos a enfadarnos que a aceptar con sentido del humor tanto
la vida real como la virtual. Y aunque es sabido que entre los
franceses y nosotros siempre hubo más que pirineos de simpatías mutuas,
nuestro patriotero personal se ha puesto de uñas por mor de unos
guiñoles de la televisión francesa insinuando que nuestros envidiados
deportistas de élite se dopan.
Yo no diré que lleven razón los
franchutes, sólo que no tenemos una ley antidopaje que sea lo
suficientemente rigurosa para evitar tantas suspicacias y recelos fuera
de nuestras fronteras.
Por otra parte, la foto del Rey con Nadal
diciéndole que los guiñoles son tontos me parece de muy poco aprecio y
demasiado infantil.
Viviendo, como vivimos, en tantas realidades paralelas, la afirmación de
Su Majestad es tan simple como la reacción de su hermana, la infanta
Pilar, ordenando callar a todo un país con relación al caso prejuzgado
de su sobrino político, Iñaki Undargarín. No prejuzgues y no serás
prejuzgado, vino a decir la infanta mandando callar, como su hermano,
con soberbia borbónica.
Esa reacción, después de las declaraciones de la portavoz del poder judicial de que no todos los imputados son iguales, refiriéndose al mismo caso judicial del yerno del Rey, levantan ronchas en nuestra democrática piel de súbditos guiñoles avasallados por tantos poderes virtuales y reales.

Esa reacción, después de las declaraciones de la portavoz del poder judicial de que no todos los imputados son iguales, refiriéndose al mismo caso judicial del yerno del Rey, levantan ronchas en nuestra democrática piel de súbditos guiñoles avasallados por tantos poderes virtuales y reales.
Porque
guiñoles somos, arrastrados por las circunstancias de una de las crisis
económicas programadas por el sistema cuya realidad virtual nos inculca
la fe de carbonero en el capitalismo, dios verdadero de dios verdadero,
consustancial a las democracias de las necesidades y a las plurales
tiranías del dinero.

La puerta del despido,
que no aumentará (y eso lo sabe hasta Rajoy) la creación de empleo sino
la bajada de pantalones de los parados que, en poco tiempo, han
comenzado a creer que eso que les dijeron de la lucha de clases es una
verdad muy anticuada y siempre nueva a la luz de la razón de la
Historia.
De repente, la clase media baja y la ahora resucitada clase
obrera no pueden evitar enmiedecer cuando ven a Rajoy fumarse un puro
como si se fumara a España en medio del crepúsculo de las ideologías,
libro de Gonzalo Fernández de la Mora con el que Rajoy fue adoctrinado.
Alguien, taimadamente, ha sacado a la luz en el facebook la prueba del
adoctrinamiento con un artículo de nuestro presidente publicado en El Faro de Vigo
en 1984. No es que sea cogerle en un renuncio sino en una afirmación en
toda regla. Don Mariano está haciendo los deberes históricos como un
alumno aplicado de Doña Merkel siguiendo la doctrina crepuscular de Don
Gonzalo, un insípido tecnócrata franquista que matizaba la libertad
irrestricta del individuo.
En plena contrarreforma estamos y en
la España azul de Rajoy los guiñoles ya no están en los telediarios
humorísticos en abierto como los que emitía Canal Plus sino en la
economía del miedo de unos tiempos que los han convertido en sujetos
pacientes de unas políticas feudales.
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