martes, 11 de diciembre de 2012

Los últimos mineros del Valle del Guadiato


Los últimos mineros de mi querido Valle del Guadiato acaban de ser jubilados.
La leyenda del perro "Terrible" que fuel el origen de la prosperidad puntual de toda la zona del Guadiato, mi río particular nacido en La Coronada, ha declinado su esplendor histórico. 
Belmez, Peñarroya-Pueblonuevo, Espiel, Fuente Obejuna, acaban de convertirse en reliquias de pozos a la intemperie. 


El gobierno de la nación niega los fondos Miner que mantenían vivos los ralos sueños de la comarca y están acampados con el frío que hace frente a la subdelegación del gobierno central en Córdoba. 
Me uno a su lucha valiente y decidida. Por eso esta mañana, cuando miro a la Sierra la veo oscurecida. Y se me han saltados las lágrimas ante la la despedida de los hombres que crecen bajo la tierra.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La casa del silencio


En la casa de los silencios las flores del otoño, depositadas con amor y nostalgia junto a las tumbas, huelen a un olor simplicísimo, a un olor que se disipa en el aire nuevo de la mañana como un pensamiento fugaz. La gente viene a cumplir el rito anual de noviembre, a dejarles constancia a los que ya no están con nosotros de que aún nuestra memoria no se ha oxidado con el orín de los olvidos. Hemos venido a preguntarnos, en la soledad de cada corazón, como será la soledad de los habitantes de la casa del silencio, sí sus preguntas de la vida han encontrado la respuesta adecuada o si sólo han quedado reducidos, quimicamente, a polvo y a ceniza de los ayeres luminosos desvanecidos en el ph neutro de la muerte. 

En lo que concierne a esta inevitable certeza humana, todo depende de la fé que uno tenga o del escepticismo que ha despejado todas las dudas abandonándonos en el desierto reinante del descreer. Lo único verdaderamente seguro es que en la casa de los silencios cabe todo lo grande y todo lo pequeño, todo lo leve y todo lo sin nombre que cuando nos creemos en el centro de la vida se atreve a penetrar en nuestro centro. 




Y es en estos días de un otoño suave cuando venimos a cerciorarnos de la fugacidad con un recuerdo y unas flores o con una oración a la eterna pregunta de la vida que en la vida no tiene más respuesta que la que quiera darle cada uno. Entre el ir y el venir de las mujeres que han venido a traer una limpia fragancia de cuidados a las tumbas de los seres queridos uno se siente como en una verbena conmemorativa en la que no faltaran ni la pianísima música del viento ni la alegría descuidada de los niños ni el piar de los pájaros. Un bullicio de vida en la casa de los silencios nos invita a pensar que, en algunos lugares, el día de difuntos es una fiesta de los vivos, como si convencidos de la provisionalidad de la existencia se lo tomaran como una víspera necesaria. 

Ocurre en Méjico y en otros países de la América latina. Ocurre en Génova cuyo cementerio es toda una apuesta por la estética competitiva, con mausoleos engalanados cual tributos barrocos a quienes ya no pueden deleitar sus ojos ante tanta belleza compulsiva. En Roma existe un lugar elegíaco conocido con el nombre de Cementerio de los Ingleses . Junto a un sauce, cerca de la tumba de Cayo Cestio, reposan las cenizas de un poeta, el hijo eplínico de la bruma, William S.Keats, aquel que quiso morir bajo la luz de las violetas más hermosas de Italia. Muy próximas a su morada eterna no sólo las violetas sino unas rosas frescas y blancas, hermosísimas, dan siempre escolta galante a los restos del poeta inglés cuyos versos se alzaron desde las nieblas de Bretaña hasta tocar la luz mediterránea y clara de la muerte en un cementerio elegíaco del sur. 




Otro poeta, Dionís, que fuera rey de Portugal, se eleva a flor de mar todos los días desde las simas del océano donde se ahogara. Dicen los portugueses que lo cubren las anémonas de mar y que cuando emerge su cuerpo lo acompañan arrullos de tórtolas de Cnido que esparcen sus canciones sobre la tierra de los luisiadas. Al salir de la casa de los silencios uno se siente como si hubiera estado sumido en una amnesia melancólica. En la puerta las floristas apenas venden flores. Y es que las flores, criaturas luminosas y fugaces, como la misma vida, han nacido tanto para celebrar un amor viviente como para conmemorar un amor perdido.
Como los pájaros, que estos sí que dan murria cuando piensas, como pensaba con melancolía Juan Ramón Jiménez, que seguirán cantando cuando no estemos, aunque tengamos la certeza de que ellos también, como las flores, están sujetos a la norma común de la esfumante realidad.

sábado, 23 de junio de 2012

La víspera de San Juan


Mañana espesa y enrarecida porque ya ha llegado de verdad la calor y Córdoba se queda semidesierta según que horas. 

Mis amigos, los alados sonoros, no están muy por la labor de abandonar la sombra de las ramas de los árboles y deben tener pereza por cantar esta mañana. 
Sólo el monótono runrun de la tórtola turca viene del algún umbrío parámetro de la realidad que es la que es: víspera de San Juan y calor a todo trapo. Ya no habrá transparencias en la sierra sino el espejismo, la neblina espesa del aire encendido en el azul de Córdoba como la rutina del anticiclón de las Azores

miércoles, 28 de marzo de 2012

La música del silencio

Para el homenaje a Carmen Agredano que le han rendido el Ayuntamiento de Fuente Obejuna y nuestro pueblo de La Coronada por haber obtenido el premio Goya a la mejor canción original, justifiqué mi forzada ausencia con el envío de unas palabras dedicadas a ella y centradas en nuestra común pasión de la música. 

Y le decía yo, a Carmen Agredano, que mis silencios no son silencios fríos sino silencios sonoros. Por ejemplo: voy por la calle contemplando la vida, la actividad de la gente y en mi cerebro suena una música. 

Me siento a tomarme una cerveza y mientras mis labios se llenan de espuma, mi cerebro reposa en un silencio que contiene el brindis de La Traviata . A veces, leyendo, me asalta una nana con la que mi madre me dormía. O la nana que cantaba Jarcha y que luego hizo famosa Martirio, una de sus componentes, la famosa Nana rociera y mi mujer, como es de Huelva, sonríe con la marisma de sus ojos cuando la escucha. 
Porque la música es lo último que pierde la memoria. Lo sé por la experiencia de la enfermedad de mi mujer. Cuando se estrenó la película El gran silencio de Philip Gröning, comentaba yo que desgraciadamente no atraería mucho público, pero que era una confortable noticia en tiempos de decibelios desatados. Tiempos en los que el ruido que soportamos en el exterior es equiparable al que soportamos en el interior si no sabemos abstraernos a sus perversas influencias. 
El silencio es como una soledad sonora que echamos de menos entre tanto ruido, entre tanta palabrería insustancial y vana, sobre todo en campaña electoral. El silencio es un secreto fecundo y profundo y para disfrutarlo no es necesario residir en la Cartuja de la Chartreuse, en los Alpes de Francia, a donde nos lleva la película. 

Decía Plutarco que de los hombres aprendemos a hablar y de los dioses a callar. En este mundo no suele cumplirse aquel proverbio de Salomón ("Aún el ignorante, si calla, será reputado por sabio") sino más bien su contrario. Una fuente de sabiduría el silencio que echamos de menos en las ciudades, en las viviendas, en los alaridos radicales de cierta música de hoy, en el fragor del tráfico y el aullido de las discotecas. 



En otro tiempo esta ciudad tenía fama de estar habitada por cierto espíritu filosófico que otorgaba al silencio dones de felicidad contemplativa. En los santuarios de las viejas tabernas no era infrecuente oir, entre sorbo y sorbo de dorado montilla, esta conversación apócrifa atribuida a castizos personajes: -"¡Qué bien se está hablando poco!". -"¡Mejor se está sin hablar !". Cuando entro por la Puerta del Colodro hacia Santa Marina siempre tengo la tentación de detenerme en el convento de monjas de clausura que es como un silencio grande y reputado, como un pan espiritual que me recuerda un poema del Crepusculario de Pablo Neruda. 

El silencio, en estos lugares, es como no marcharse de la vida sino contemplarla desde dentro para aprender que esa rareza de nuestros días, el desacreditado silencio, es una virtud tan poco cultivada que tal vez aparece como una forma de felicidad gratuita a quienes les sea dado el momento propicio y el propicio lugar para encontrarlo. 
No me veo viviendo en una cartuja, como en la película, aunque sí encerrado entre las páginas de un libro o envuelto por una suave música, por el murmullo de los árboles, por el rumor del agua, por todas esas insignificantes variedades con las que la naturaleza nos devuelve a la vida primordial entre tanto atasco del tráfico del mundo, de la política, de la televisión y de esas modas de las urbanas hordas juveniles que fastidian el descanso del vecindario. Esa rara y maravillosa película de El gran silencio es como un golpe de belleza a esta sociedad que no busca el conocimiento desinteresado sino el ruido y la furia, hacer dinero y saturarse de superfluas rutinas en las que algunos parecen como autistas cocidos en su propia salsa.

¡Qué bello y admirable es el silencio si logramos pensarlo en un sordo absoluto como Bethoven!, todo un derecho de autor del silencio como virtud, como estado de espíritu, como elevación y como forma del pensamiento. 

viernes, 2 de marzo de 2012

El protocolo

De todo lo acontecido en los últimos días lo que más me ha llamado la atención no han sido las protestas de los chicos de instituto por los recortes en la enseñanza pública, ni el asunto Urdangarín, ni el triunfo de mi pariente, paisana y amiga Carmen Agredano en la gala de los Goya, sino los golpes en la mesa del jefe de policía de Valencia mientras presumía chulescamente de no descubrir sus armas al presunto enemigo que, en plural y en abstracto, vamos a llamar Ciudadano, así con mayúsculas, considerado con el respeto debido a la palabra, a su continente y a su contenido. 



Lo del jefe de policía, en principio, oído en diferido, me pareció, con todo, menos chulesco y peligroso que las palabras del ministro de Justicia en defensa de la violencia institucional cuando el enemigo ciudadano o el ciudadano enemigo que ellos ven, amenaza, según Gallardón, su libertad, la de usted, la de todos nosotros, incluida la del señor ministro de Justicia. En el sentido en el que lo expresaba el descendiente de Isaac Albéniz (músico incomparable) el ciudadano enemigo o el enemigo ciudadano debería abstenerse de cualquier tipo de protesta callejera, justificada o no, pues la calle, espacio de convivencia común, sería de todos siempre que no sirviera de escenario de protesta colectiva, en cuyo caso la calle ya no sería de nadie. 
Y eso suena a fascismo. 
Y eso, oyendo las palabras de Gallardón, me sonó a siniestra melodía de los tiempos en los que la calle de todos era la calle de nadie, salvo de los ministros de Gobernación de antaño, de los gobernadores civiles de antaño y de la policía predemocrática del antaño predemocrático. 



Y eso, me dio miedo. Eso y las afirmaciones acá y acullá de políticos del gobierno aludiendo, selectivamente, a la presencia, entre los chicos de instituto, de miembros antisistema, elementos del kale borroka, cojosmantecas de antaño y, lo más curioso, rubalcabas de la oposición socialista que hasta hace poco y sin ningún escándalo habían ejercido la responsabilidad de la seguridad ciudadana. 
Todo vino a decir que para cierta gente de cierta ideología siempre estará justificada la violencia institucional cuando ellos gobiernan y la calle creen que les pertenece porque ellos son los que mandan y a callar todo el mundo sin rechistar o te doy con la porra y un chulo con el cargo de jefe de policía pega golpecitos amenazadores sobre la mesa mientras llama enemigos a unos chicos de instituto que protestan por no tener calefacción en las aulas. 

Una escena memorable que podría corresponder a la visión de la historia de todos los fantasmas habidos y por haber en este país y que están convencidos de la existencia del protocolo de los sabios de Sión. 
Lo que para el dictador que surgió de la guerra incivil fuera llamado (y siguen llamando sus herederos sociológicos) contubernio judeo-masónico. Contubernio del protocolo patrio de meter en un mismo saco a todos aquéllos que no piensen como los que creen en la existencia del protocolo y que son muchos más de los que todos pensamos. Ni modernidad, ni leches. 
En el fondo de sus ideas políticas estos señores que ahora gobiernan son unos anticuados, siguen viendo fantasmas como los de los sabios del protocolo de Sión en cualquier manifestación de desacuerdo expresada en la calle o en una charla privada que se salga del guión de las conductas pasivas ante sus actos de gobierno. 
He vivido dos gobernanzas de la derecha bajo mayoría absoluta y se parecen como una gota de agua a otra, aunque hayan cambiado las circunstancias. Lo que las diferencia es que el desgaste de gobierno, que suele acontecer a los dos años más o menos, haya comenzado tan pronto. Los que no son sus votantes naturales comienzan a decir "a mí no me mires, que yo no los voté" ante lo que ya está ocurriendo y ante lo que se avecina. 
Cuando aparezcan ante los ojos de los gobernantes los fantasmas de los sabios del protocolo de Sión. 

domingo, 26 de febrero de 2012

Ser o no ser


Ser o no ser
esa no es la cuestión
la calavera de Hamlet
no era un paisaje iluminado por la duda
sino una cúpula de la sombría catedral
del tiempo
un lugar donde Dios ha edificado el miedo
a su fría palabra
un lugar que Descartes
paisajista
dibujó con el color del mar
cuando verde y suave mira al cielo
sin poder alcanzar su perspectiva



miércoles, 22 de febrero de 2012

Guiñoles


Hubo tiempo en la televisión en el que unos guiñoles de cierto canal privado daban en abierto las noticias con sentido del humor, un sentido de uso bastante restringido en estos tiempos. Aquellos muñecos de goma estaban tan visualmente acreditados que parecían los personajes verdaderos a los que imitaban. 
Ahora, no sé si por la crisis, estamos más predispuestos a enfadarnos que a aceptar con sentido del humor tanto la vida real como la virtual. Y aunque es sabido que entre los franceses y nosotros siempre hubo más que pirineos de simpatías mutuas, nuestro patriotero personal se ha puesto de uñas por mor de unos guiñoles de la televisión francesa insinuando que nuestros envidiados deportistas de élite se dopan. 
Yo no diré que lleven razón los franchutes, sólo que no tenemos una ley antidopaje que sea lo suficientemente rigurosa para evitar tantas suspicacias y recelos fuera de nuestras fronteras. 
Por otra parte, la foto del Rey con Nadal diciéndole que los guiñoles son tontos me parece de muy poco aprecio y demasiado infantil. 
Viviendo, como vivimos, en tantas realidades paralelas, la afirmación de Su Majestad es tan simple como la reacción de su hermana, la infanta Pilar, ordenando callar a todo un país con relación al caso prejuzgado de su sobrino político, Iñaki Undargarín. No prejuzgues y no serás prejuzgado, vino a decir la infanta mandando callar, como su hermano, con soberbia borbónica. 
Esa reacción, después de las declaraciones de la portavoz del poder judicial de que no todos los imputados son iguales, refiriéndose al mismo caso judicial del yerno del Rey, levantan ronchas en nuestra democrática piel de súbditos guiñoles avasallados por tantos poderes virtuales y reales. 
Porque guiñoles somos, arrastrados por las circunstancias de una de las crisis económicas programadas por el sistema cuya realidad virtual nos inculca la fe de carbonero en el capitalismo, dios verdadero de dios verdadero, consustancial a las democracias de las necesidades y a las plurales tiranías del dinero. 

Momento histórico este que vivimos en el que somos más guiñoles que nunca, habiendo perdido parte de nuestros derechos sociales por una cuestión política llamada reforma laboral que nos deja pendientes del hilo de la vida, guardando el equilibrio entre el derecho al trabajo y el deber de la esclavitud, expuestos a las necesidades del capital como ejército de la reserva que somos para aumentar las plusvalías de quien te contrate y puede despedirte arbitrariamente con el salario en cuarto menguante y el miedo en cuarto creciente ante la disyuntiva de una frase : "Ahí tienes la puerta". 
La puerta del despido, que no aumentará (y eso lo sabe hasta Rajoy) la creación de empleo sino la bajada de pantalones de los parados que, en poco tiempo, han comenzado a creer que eso que les dijeron de la lucha de clases es una verdad muy anticuada y siempre nueva a la luz de la razón de la Historia. 
De repente, la clase media baja y la ahora resucitada clase obrera no pueden evitar enmiedecer cuando ven a Rajoy fumarse un puro como si se fumara a España en medio del crepúsculo de las ideologías, libro de Gonzalo Fernández de la Mora con el que Rajoy fue adoctrinado. 
Alguien, taimadamente, ha sacado a la luz en el facebook la prueba del adoctrinamiento con un artículo de nuestro presidente publicado en El Faro de Vigo en 1984. No es que sea cogerle en un renuncio sino en una afirmación en toda regla. Don Mariano está haciendo los deberes históricos como un alumno aplicado de Doña Merkel siguiendo la doctrina crepuscular de Don Gonzalo, un insípido tecnócrata franquista que matizaba la libertad irrestricta del individuo.

En plena contrarreforma estamos y en la España azul de Rajoy los guiñoles ya no están en los telediarios humorísticos en abierto como los que emitía Canal Plus sino en la economía del miedo de unos tiempos que los han convertido en sujetos pacientes de unas políticas feudales. 

jueves, 16 de febrero de 2012

Bisiesto

El solitario almendro del huerto de Cesáreo, enfrente del cementerio de mi pueblo, acaba de alumbrar el primer pimpollo de su flor en medio de la escarcha, que es como la nieve que no llega a ser nieve. 



Como la lluvia que enniñada en rocío vela la tierra del secano. Bajo ese velo y al contacto del primer rayo de sol el incipiente verde de los campos fertiliza de promesas los ralos sueños del campesino. 
En los hermosos pueblos de la sierra de Córdoba, desde el valle del Guadiato al valle de los Pedroches, cada año nuevo es, absolutamente, la yema blanca, incierta, de la repetición de los ciclos agrarios. 
Estos días de invierno, si hace sol, son tan intensamente azules y con la tierra tan llena de lágrimas, que da frío de mirar al cielo de donde todo proviene para el campesino: la luz, la sombra de la lluvia, la vida y la muerte, la incierta cosecha de los días de un hombre. 
De este contacto íntimo que se establece entre los habitantes del secano y el paisaje invernal nace una relación genesíaca. Debe ser por la influencia optimista de la luz, acristalada por el frío, lo que le da una transparencia única en estos pueblos, donde se está tan cerca de la realidad de la vida y en los que se siente la pequeñez y, contradictoriamente, la grandeza de la naturaleza humana. 
Con unos días de diferencia he despedido para siempre a dos seres muy queridos: mi tío Cesáreo y mi primo Matías. En lo que va de año he perdido, además, a tres amigos y vecinos. ¿Será por la maldición de los años bisiestos? Nada de eso, sino el azar de las estadísticas. Los viejos campesinos se muestran escépticos ante cualquier cambio que pueda producirse en sus precarias existencias, sea o no sea bisiesto el año. 




Hablando en Córdoba con un viejo paisano del tema de la crisis, me dice que a ellos, los campesinos, les trae al pairo. Nacieron en crisis y en crisis morirán y en la crisis viven gastando lo justo. A ellos les importan las cabañuelas, que el dios del secano sea propicio, que las ovejas no dejen de parir y que se haga realidad esa promesa del proyecto de una fábrica en la deprimida comarca que no levanta cabeza desde que Peñarroya-Pueblonuevo perdió el tren del futuro. 
Y es que tanto en el bajo como en el alto Guadiato sigue habiendo sembrados de gleba que corren a la par con el pequeño pobre río que es como un símbolo del bajo nivel de vida de esta zona en la que yo nací. Una zona en la que la pobreza secular es un estado místico del hombre.

Bajo el frío cielo invernal los veo caminar, contemplando la escarcha que vela los campos. Bajo el mismo paisaje de enero a diciembre. Toda su filosofía de la vida se basa en esperar. 
Mirando al cielo de donde provienen el bien y el mal de sus azarosas vidas. Ahora está limpio y frío. El nuevo año sólo es un número de la lotería del destino de mis paisanos. Como el euro que nadie tiene.
Tal vez sea así y que todas las alegorías del paisaje que nos inducen a la relación genesíaca del optimismo en estos días claros sólo sean barruntos de las isobaras de la felicidad. "La vida es vasta y la amargura es dulce y claro el ánimo" (Paul Valery). Así bajo la escarcha, donde la nieve no llegará a ser nieve, bajo los pétalos del rocío que vela la tierra y hace soñar con la lluvia al campesino de mi pueblo. La vida de hoy para beber mañana. 
Un año más cargando con la pesadilla de la crisis económica y Rajoy diciendo que aún será peor o que falta lo peor por venir. No creo que se refiera a los que todo lo han perdido, a los deshauciados, a los jóvenes jubilados en vida cargando con la cruz de los desaires. Plotino decía: "Vivir aquí con las cosas del mundo es un sometimiento". 
Donde Borges hubiera escrito "costumbre". Los viejos ya tenemos nuestra propia crisis. La mayoría, después de haber vivido hipotecados, cargan ahora con la onerosa hipoteca de la salud. Algunos, incluso, con las hipotecas económicas de sus hijos.
Con tanto paro juvenil, casi todos necesitan ayudas, algunas procedentes de las bajas pensiones de sus progenitores. A ellos ni siquiera les quedará ese remiendo de la vejez.